lunes, 10 de noviembre de 2014

Doña Juana, la de las quejumbres.

Doña Juana, la de las quejumbres.
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Había días en los que Doña Juana sentía una pesadez inmensa, mucho dolor en la espalda y en los hombros, le era difícil respirar, pero sin embargo al hablar, siempre lo hacía con una sonrisa a flor de labios y a pesar de sus quejumbres, siempre estaba de buen humor… y hasta había días en los que sus grandes ojos negros irradiaban luz, como si la felicidad fuera algo tan exclusivamente suyo.
Se sentaba en el corredor en su mecedora de mimbre y a pesar de sus dolores cantaba y bordaba, mientras las madreselvas con el ajonjolí, como entre un hechizo de músicas fantásticas, danzaban al compás del viento y enternecidos por esa música tan sin igual de la naturaleza, se adormecían los pichones en los nidos, que yacían casi ocultos entre la verdura del follaje.
Había días en los que le era difícil caminar, pero hablaba entre carcajadas y exclamaciones de alegría.
Los otros habitantes de la casa la miraban con una expresión de incertidumbre en el semblante, pero nunca nadie jamás se atrevió a decirle nada y así transcurrieron varios años y poco a poco se acostumbro la gente, al chicharreo y a las sonrisas de Doña Juana la de las quejumbres.
En aquellos días yo era un muchacho de diez y seis años, me vestía con los trajes blancos de mi abuelo y me fumaba sus tabacos y  lleno de juventud y de esperanzas caminaba entre nubes, estremecido por la curiosidad de nuevas y gratificantes sensaciones.
Y pues un día la curiosidad me llevo a indagar… y sin titubeos le dije a Doña Juana la de las quejumbres…
Mi querida Doña Juana, yo la admiro a usted, es desconcertante que una persona a la que parece que la vida no la ha tratado bien se ría tanto como lo hace usted, quiera Dios que cuando yo tenga su edad y me invadan los impedimentos físicos, pueda yo encontrar alicientes que me hagan sentir igual que usted.
Y ella me dijo: Hijo del alma mía, yo no tengo impedimentos físicos y si tú me prometes que no vas a decir nada, yo te digo la verdad.
Y yo sonriendo le dije: ¡Prometido Doña Juana!..
Pues te diré hijo mío, que hace diez años que murió Anselmo, mi esposo... y antes de morir yo le dije en su lecho: Amor del alma mía, si en el mas allá te sientes solo y me extrañas yo te pido que regreses y que te aferres a mí, que yo te daré calor y abrigo y puedes estar aquí conmigo, aferrado a mí, hasta el día en el que Dios me diga que es también mi hora de partir, porque no nos podemos separar y lo que quiero, es que siempre estemos juntos y si es también lo que tú quieres,  pues... ¡Regresa corazón, que aquí te espero!...
Y pues te diré hijo, que así lo hizo, el está aquí conmigo, todos los días, abrazado a mi cuello y lo que pasa… ¡Pues, es que pesa mucho el condenado!.. ¡Jajajaja!!...
¡Nos reímos mucho los dos aquella tarde!....

Fabio A. Pabon M.
Curandero tango.

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